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lunes, 2 de noviembre de 2009

Amanecer (II)



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Nunca vi amanecer como éste. La mar en calma me devolvía la sonrisa. Hoy estaba decidido a comenzar el primer día del resto de mi vida, y como tenía toda una vida por delante y mucho trabajo, ¿qué hacer...? Decidi empezar por algo sencillo, o por lo menos sencillo en apariencia: vaciar estanterias, quitar mil cachivaches, para hacerme una idea del tamaño de la empresa a la que estaba a punto de dar comienzo. No sabemos cuánto se acumula en una vida hasta que decides tirarla por la borda, y en mi caso todo lo había dejado atrás. Un día salí por la puerta... y hasta ahora. Vagabundeé mucho, conocí a mil personas y cientos de paisajes, y ahora sólo son recuerdos ya casi olvidados.Miraba las estanterias vacías. Qué fácil sería ordenarte a tí mismo, igual que se ordenan las alacenas, los cajones... Pero, bueno, aquí me hallaba, con una descomunal montaña de cosas inservibles y sin comida, de modo que tendría que bajar al pueblo, donde quiera que estuviera, e intentar no parecer un extraño.Andaba es esto cuando llamó mi atención una puerta. Al abrirla aparecieron ante mí los incontables escalones que conducían a la lámpara del faro. Subí. Por lo menos la linterna sólo tenía polvo y parecía en perfecto estado. Empujé la puerta que me permitía salir fuera. Sí, era realmente un amanecer renovador capaz de curar almas maltrechas. Solamente había visto, una vez, uno igual. Fue una noche, en unos ojos, abrazados, después de amarnos...

Loli

viernes, 30 de octubre de 2009

Al Faro (I)


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Al llegar, lo primero que vi fue el andén vacío. El tren desapareció, y con él todo rastro de modernidad. En vano intenté buscar algún ser vivo. Sólo mi reflejo en la ventanilla del despacho de billetes me devolvía la mirada y, colgado de ésta, un sobre con mi nombre. Gran recibimiento. Dentro, una llave y una dirección. Dejé la estación y todo seguía igual. Nadie. Nada. Caminé un buen rato por un sendero. Un cartel maltratado por el tiempo marcaba mi ruta. Al faro, esa era toda la información. Caminé unos veinte minutos. El paisaje cambió de árida tierra a verde. Un pequeño bosque de galería dejaba paso a una senda más pedregosa, y ahí estaba, imponente, sobre roca, al borde del acantilado, acunado por la brisa del mar. Saqué la llave. La cerradura giró. Sonó a queja. En el interior todo era oscuridad. Al abrir las contraventanas, el sol me hizo partícipe de la realidad más dura: años de abandono, polvo, herrumbre…

Sí, imponente por fuera, pero por dentro…. Jamás pensé que pudiera verme reflejado en un sitio así, pero era la verdad. El faro necesitaba una buena puesta a punto, y yo también. Cerré los ojos. ¡Dios! ¡Qué sólo me sentía…!

Este fue mi primer día.
Día en el que decidí empezar de cero.

Loli