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La tarde era fría y lluviosa. Desde el sofá y bajo una manta, le gustaba mirar como él elaboraba el té en la cocina.
Encendía el fuego, ponía a hervir agua, echaba una pizca de canela y la estancia se llenaba de este aroma suave e intenso, que le hacía recordar la leyenda de las Mil y Una Noches.
Después preparaba una especie de huevo metálico y diminuto, le añadía dos cucharaditas de té aromático, lo ponía en el vaso y echaba el agua hirviendo desde una cierta altura, para que formara una leve espuma, se llenara de aire y se realizara la mezcla.
A continuación, tapaba el vaso unos dos minutos, venía hacia ella y la besaba una y una vez más. De regreso al té, lo destapaba, sacaba el huevo, lo aireaba...
Ahora, la esencia del té dormía en el vaso.
Y con la taza de té entre las manos, ella lo saboreaba lentamente, disfrutando de cada minuto, convirtiéndose de esta manera en un momento inolvidable.
Y con la taza de té entre las manos, ella lo saboreaba lentamente, disfrutando de cada minuto, convirtiéndose de esta manera en un momento inolvidable.
Lola
Maravilloso momento. Tu abrigadita y mimada. Entre sorbo y sorbo, un beso más dulce que la miel. Qué felicidad! Un abrazo.
ResponderEliminarun placer pasear por unas palabras llenas de dulzura. Me ha gustado mucho...
ResponderEliminaraquí también se te echa de menos. UN beso prima. Cuídate y sigue escribiendo que lo haces con una exquisitez envidiable, al menos por mi parte.