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Actualmente tenemos en casa cuatro mascotas, dos periquitas preciosas, un hamster que le regalaron a mi hija, llamado Gayumbo, y Benji, nuestro perro, un cruce entre caniche y yorkshire.
Pero hoy no quiero hablar de ellos, hoy os hablaré de Pipi. Se llamaba así, simplemente. Era nuestro periquito. Solo unas pocas palabras para decir lo mucho que aportó a nuestras vidas, y que a pesar de que han pasado los años, aún me duele su ausencia.
Más que un regalo de cumpleaños de nuestra hija, fue un regalo para todos nosotros. De cabecita amarilla y el cuerpo de plumas azules y verdes, formó parte de la familia desde el primer día que llegó a casa. Inteligente, sociable, cariñoso, travieso... así era Pipi.
A lo pocos días de llegar a casa me di cuenta de que imitaba el sonído del teléfono. Me hizo tanta gracia que empecé a repetirle palabras, como el nombre de mi hija, Virginia, o te quiero, o canciones absurdas que yo me inventaba como un chimpún, chimpún, chimpín... o la melodía de la película de El puente sobre el rio kwai, que casualmente vi una tarde de verano. Todo lo que le repetía, lo imitaba. Era tan rápido aprendiendo, que no dejaba de sorprenderme.
No le gustaba quedarse solo, piaba cuando nos íbamos, y nos recibía cariñoso cuando llegábamos, posándose sobre nuestro hombro y acercándonos su piquito a nuestra cara imitando el sonido de un beso.
Uno de sus lugares preferidos era la habitación de mi hija. Mezclarse con los peluches que tenía encima de la cama era un de sus aficiones y, como yo le reñía, al oirme acercarme salía volando de allí, como alma que se lleva el diablo.
Un día se nos fue. Tal vez también él ansiaba la libertad; quiza nos echó de menos y ya no supo cómo volver a casa. No lo sé. Sólo sé que aún puedo oir el sonido de sus pisadas en la mesa o sobre el sofá, sentir su calor al posarse en mi hombro y quedarse dormido, el hacerme cosquillitas con su piquito en mi cuello, su ir y venir y su constante cantinela de:
-Virginia, Virginia, te quiero, te quiero, chimpún, chimpún...
Había una canción de Enya, que bailaba conmigo, Caribbean blue. Mientras yo daba vueltas, él volaba alrededor mío feliz, y yo más aún.
Pero hoy no quiero hablar de ellos, hoy os hablaré de Pipi. Se llamaba así, simplemente. Era nuestro periquito. Solo unas pocas palabras para decir lo mucho que aportó a nuestras vidas, y que a pesar de que han pasado los años, aún me duele su ausencia.
Más que un regalo de cumpleaños de nuestra hija, fue un regalo para todos nosotros. De cabecita amarilla y el cuerpo de plumas azules y verdes, formó parte de la familia desde el primer día que llegó a casa. Inteligente, sociable, cariñoso, travieso... así era Pipi.
A lo pocos días de llegar a casa me di cuenta de que imitaba el sonído del teléfono. Me hizo tanta gracia que empecé a repetirle palabras, como el nombre de mi hija, Virginia, o te quiero, o canciones absurdas que yo me inventaba como un chimpún, chimpún, chimpín... o la melodía de la película de El puente sobre el rio kwai, que casualmente vi una tarde de verano. Todo lo que le repetía, lo imitaba. Era tan rápido aprendiendo, que no dejaba de sorprenderme.
No le gustaba quedarse solo, piaba cuando nos íbamos, y nos recibía cariñoso cuando llegábamos, posándose sobre nuestro hombro y acercándonos su piquito a nuestra cara imitando el sonido de un beso.
Uno de sus lugares preferidos era la habitación de mi hija. Mezclarse con los peluches que tenía encima de la cama era un de sus aficiones y, como yo le reñía, al oirme acercarme salía volando de allí, como alma que se lleva el diablo.
Un día se nos fue. Tal vez también él ansiaba la libertad; quiza nos echó de menos y ya no supo cómo volver a casa. No lo sé. Sólo sé que aún puedo oir el sonido de sus pisadas en la mesa o sobre el sofá, sentir su calor al posarse en mi hombro y quedarse dormido, el hacerme cosquillitas con su piquito en mi cuello, su ir y venir y su constante cantinela de:
-Virginia, Virginia, te quiero, te quiero, chimpún, chimpún...
Había una canción de Enya, que bailaba conmigo, Caribbean blue. Mientras yo daba vueltas, él volaba alrededor mío feliz, y yo más aún.
Lola
Pequeño en tamaño y sin embargo grande en la escala de vuestros afectos. En un momento se alejó y tal vez no supo volver o tal vez llegó a otra familia necesitada de su compañía. Quien sabe.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ese periquito estaba destinado a algo grande, ocupar un lugar en tu corazon. Bonito homenaje ha recibi hoy, Lola.
ResponderEliminarBesos
para comenzar...dale un beso enorme a gayumbo...si yo me llamo así, merecería no un beso, si no trescientos...
ResponderEliminarpara continuar...sabes, lola...he bailado contigo esa canción de enia..
sabes ,lola...yo le hubiera enseñado todos los tacos habidos y por haber...
sabes ,lola...hora comprendo mucho mejor esas lágrimas tuyas...
medio beso...
Disfrutamos del recuerdo de Pipi. Sus gracias nos divierten a través de tu relato. Cuánto nos deja una mascota, seguramente mucho más de lo que le entregamos...
ResponderEliminarbesos
Bueno, yo tuve un pescaito, a los que mi hijo bautizó como Filipó, no sé porqué la verdad... Estuvo un tiempo con nosotros, hasta que "murió". Mira que era nada, un pescadito muy chiquitito, pero nos dió una pena... Lloramos incluso. ahora tenemos una tortuga, que cada vez se hace más y más grande, y que también ya lleva unos años con nosotros.
ResponderEliminarBonitos recuerdos de un periquito tan especial. En casa tuvimos varios, pero ninguno tan cariñoso.
ResponderEliminarBesos.
que lindo escrito ... los animalitos son realmente una maravillosa compaia y... como alegran nuestros corazones
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