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Me gusta cómo baila el agua. Me ha gustado desde siempre. Recuerdo cuando su danza se ejecutaba en la playa de La Bermeja, en Fuentebravía, Cádiz. Aquella playa de arena fina con un pequeño acantilado de rocas sobre las que saltábamos cuando bajaba la marea, buscando los tesoros que en ella se ocultaban. El agua se adornaba de espuma y jugaba con nosotros, bailaba con nosotros, tratando de llamar nuestra atención. Ya ves, como si no le prestáramos ya la suficiente...
El agua baila, siempre baila, ¿os habéis dado cuenta? Baila mientras lame los bordes de la ribera - y en su fluir hace que con ella dancen hierbas y algas -, lo sigue haciendo cuando se desliza desde la copa de los árboles hasta las raíces, al son que le marcan las nubes y la tormenta, acompañándose del repiqueteo de castañuelas que le ofrendan las ramas y las hojas. El agua se mueve, baila, apasionadamente, con vestido de volantes, o con desmayo, si se trata de seducir a la tierra que la espera, mansa y callada.
El agua baila, y lo hace en nuestras manos, en nuestra lengua, en nuestro paladar. El agua tiene sus propios ritmos, ese leve tamborileo, ese consquilleo, que recorre nuestra piel agradecida por la leve caricia que nos aporta tanto bienestar. Y nosotros, que también somos agua, bailamos con ella, como no podía ser de otra manera, desde el principio hasta el final.
Y es que el agua está bailando, bailando sin cesar.
Mari Carmen
El agua baila, siempre baila, ¿os habéis dado cuenta? Baila mientras lame los bordes de la ribera - y en su fluir hace que con ella dancen hierbas y algas -, lo sigue haciendo cuando se desliza desde la copa de los árboles hasta las raíces, al son que le marcan las nubes y la tormenta, acompañándose del repiqueteo de castañuelas que le ofrendan las ramas y las hojas. El agua se mueve, baila, apasionadamente, con vestido de volantes, o con desmayo, si se trata de seducir a la tierra que la espera, mansa y callada.
El agua baila, y lo hace en nuestras manos, en nuestra lengua, en nuestro paladar. El agua tiene sus propios ritmos, ese leve tamborileo, ese consquilleo, que recorre nuestra piel agradecida por la leve caricia que nos aporta tanto bienestar. Y nosotros, que también somos agua, bailamos con ella, como no podía ser de otra manera, desde el principio hasta el final.
Y es que el agua está bailando, bailando sin cesar.
Mari Carmen
Hay tanto que decir del agua! Como siempre leerte es placentero.
ResponderEliminarSigo con el problema de las entradas. Además me he fijado que cuando haces un comentario hay una imagen al lateral, dime como ponerla. Gracias Mari Carmen.
Gracias, Leonor. Te he dejado un comentario en tu blog, y a ver si lo solucionamos el tema de las actualizaciones.
ResponderEliminarUn beso
Que forma mas hermosa de hablar de una de las maravillas de la naturaleza que mas encanta al hombre...
ResponderEliminarespléndido