*****
Llovió, tal como se esperaba, y conforme ha avanzado el día las nubes se han vuelto más espesas, más oscuras, dejando a la tarde pensativa, un poco ausente. Momentos ideales para tomar un trozo de tarta, para escuchar música, para ver alguna película de Jane Austen, por ejemplo, con sus paisajes neblinosos, sus vestidos de seda y satén, y sus salones cálidos, dorados por la luz de los candelabros.
Entre sorbo y sorbo del chocolate - con su aroma tan familiar, tranquilizante, de tantos días invernales acumulados en la piel de la memoria... - grata pereza es lo que me embarga. Miro hacia el paisaje que se ve desde mi ventana, árboles pequeños que aún tienen que crecer. Algún día todo esto, espero, será un bosque. Es un decir, claro, porque un bosque no está rodeado de bloques de pisos, pero mejor esto - un respiro, un minúsuculo oasis entre el asfalto -, me digo, que la desolación que implica más ladrillo, más cemento y más carreteras.
Esta tarde es ideal para las confidencias, para la ensoñación. La penumbra me envuelve, protegiéndome. No voy a encender la luz. Para qué. Mejor así. El dulce sabe más dulce y la palabra fluye mansa, despreocupada, como el agua de ese río al que le es indiferente su camino.
Los nubarrones, ennegrecidos, marchan hacia el oeste, como un ejército en formación de combate. Y a mi me gusta que sea así. Me gusta saber que lloverá, que estoy disfrutando de unas horas de tranquilidad endulzadas con cacao. En estos momentos el mundo y sus miserias queda tan lejos, tan lejos, que es como si no existieran.
Debería haber muchas más tardes como esta, tardes suaves de nubes y chocolate.
Tardes lluviosas de serena felicidad.
Mari Carmen
No hay comentarios:
Publicar un comentario