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¿Quién, alguna vez, no ha pensado que el mar le pertenece? Esas madrugadas de sal y cálida brisa, el agua mansa susurrándole a la arena sus lamentos y sus alegrías... El solitario las espera, las vive, y debe creer, sin duda, que todo es suyo, desde el faro cuya luz languidece con los primeros rayos de sol, hasta la gaviota que rebusca su alimento entre las algas podridas, y tanto es así, que algún otro paseante ocasional suele ser visto como un intruso, que penetra en su reino rompiendo la magia del momento.
Mientras tanto, antes de que la luz rasgue la negra seda de la noche, la playa sigue virgen de pasos perdidos y tan sólo la respiración del universo se acompasa al vaivén de las olas.
Eso... y los gritos festivos de las sirenas, y el dulce canto de las caracolas.
Mari Carmen
Comparto ese sentimiento de posesión que una siente a veces con los lugares que le han dado muchos momentos intensos.
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