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Rodeado de tanta belleza, ¿qué otra cosa puede hacer un pueblo sino dar gracias al cielo y dejarse mecer en los brazos del placer, la belleza y el silencio?
La pradera, hormigueante de vida, no quiere escuchar nada más que la canción que el viento prende en las retamas, la melodía susurrante del río que anuncia el alba, los gorjeos jubilosos del gorrión que va y viene entre los setos, el horizonte cubierto de álamos ceremoniosos y los rosales llenos de capullos a punto de abrirse.
El pueblo, inmerso en tanta ventura, no puede sino dejarse acariciar... y rendirse.
Mari Carmen Polo
Que bonito. Te inviato si quieres a mis blo quizas te gusten. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Chus, me pasaré por allí :)
ResponderEliminarSaludos
Ufff un paraìso como ese busco desde hace años...pero hasta ahora, lo he bautizado como utopìa...
ResponderEliminarabrazos
Una entrada muy apropiada para este tiempo de vacaciones. Emana paz y dulzura...y la sensibilidad de la autora. Los periquitos, preciosos...yo los tengo iguales...¿les llamais así por ahí?(Me refiero a la planta)Besos
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