No hubo una despedida que no fuera triste para los dos. Tus ausencias dejaban un vacío difícil de llenar.
Al regreso, contábamos los días, las horas y hasta los minutos.
Y en familia, poníamos rumbo al aeropuerto.
Allí, impaciente, esperaba que se abriera la puerta de salida de pasajeros.
Por fin, aparecías, y te hacía señas para que me vieras. Tú, sonriente, feliz, te apresurabas para llegar a nuestro encuentro, y nos fundíamos en besos y abrazos.
Y nos íbamos a casa, a nuestro hogar.
Por unos días todo volvía a ser como antes. Volvíamos a ser una familia unida en Navidad.
Lola
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