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Apenas media docena de frágiles bolas de cristal - rojas, verdes, doradas... -, algo de espumillón plateado, unos recortables salidos de no sé dónde, y el árbol, un pino pequeño y rechoncho, que nuestro padre cortó de un pinar vecino y nosotros colocamos en una esquina del comedor. Unas piñas abiertas sobre el suelo, el aroma fresco de la resina que se mezclaba con el olor del océano, y unos villancicos cantados hasta la extenuación, a golpe de zambomba y pandereta. Sin olvidar los polvorones con los que nos atragantábamos, ¿o era por las risas y la felicidad que nos embargaba? No lo sé. Sólo sé que aquella fue, realmente, una hermosa Navidad, todos reunidos, bajo las estrellas, junto al mar...
Mari Carmen Polo
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